Cusco, martes 28 de junio de 2022, día de San Irineo
A continuación, el reporte de dos casos: el primero es de un niño que vino al hospital Regional del Cusco con el diagnóstico de anemia y desnutrición crónica. Él y su madre provienen de la comunidad nativa Maizal (¿ya es comunidad o sigue siendo sector?), ubicada en Parque Nacional del Manu, en el departamento de Madre de Dios. El segundo caso es de un niño recién nacido (RN) que vino al hospital Lorena del Cusco para ser intervenido quirúrgicamente. Él y sus padres provienen de la comunidad nativa de Mashía (¿ya es comunidad o sigue siendo anexo de Tangoshiari?), en el distrito de Megantoni, provincia de La Convención, departamento del Cusco, Perú.
La Fuente
A las 8:10 am veo en mi celular una llamada perdida de un número desconocido. Alguien me llamó a las 7:30 am, pero a esa hora no atiendo; no es hora de oficina. Devuelvo la llamada y me contesta la doctora La Fuente, pediatra del hospital Lorena. Se disculpa por insistirme al teléfono desde temprano y me dice que hay dos jóvenes de comunidades nativas que son los padres de un niño recién nacido que fue operado hace dos días. Me solicita apoyo para los padres, quienes están pasando frío y hambre (Valeria –una enfermera cool— ya me había advertido de esta situación el viernes, mientras yo viajaba a Huaro, y me dijo que los padres estaban andando con sus cushmas, sin medias, congelándose por el frío de junio en Cusco).
Le corto las oraciones a la doctora La Fuente y le digo que ya estoy al tanto del asunto, que en el momento estoy tratando de ubicar al papá con la esperanza de que sea mayor de edad. Sé que la mamá tiene 15 años, nueve meses y 20 días (así me indica Maribel, una enfermera matsigenka que los atendió en Kiteni, lugar de tránsito entre Camisea y Cusco). Le digo a La Fuente (¿de la bondad, de la abundancia, de la compasión?) que si el padre es mayor de edad podré hablar con él y apoyarle, pero que si es menor de edad, como la madre, entonces no puedo hacer nada más que coordinar con el área de servicio social del hospital (cuando son menores de edad es mejor guardar distancia). La Fuente concuerda y me dice que ambos padres estarán en el hospital al medio día, que los hará llamar. Quedamos así. Me comprometo a estar al medio día en el Lorena.
Marasmo
Anoche me wasapea Angie, la obstetra del Centro de Salud de Salvación (distrito de Manu, departamento de Madre de Dios). Me dice –al mismo tiempo que el wasap de Yusep, la abogada del Centro de Emergencia Mujer de Salvación– que saldrá un niño de un año y medio al hospital Regional del Cusco. El diagnóstico es anemia severa y desnutrición crónica severa o marasmo. Me da los datos de la mamá y del niño. Le digo que estaré al tanto de su llegada.
Veo mi reloj y son las 8:20 am y anuncio en el grupo de wasap «Voluntades pacientes» que iré a las 11:00 am al hospital Regional a ver al niño y a su madre.
Norma
Salgo de casa a las 10:40 am en la bicicleta «mago blanco» (¡caray, aún no terminé de pagarla!). Llego a las 11:00 am. Dejo la bici en el lugar de siempre. En la puerta casi no me dejan entrar. Bueno, la verdad es que me interrogaron como nunca antes. En otras ocasiones me ven y me dejan entrar sin problemas. Lo que pasa es que el joven de seguridad es nuevo y no me conoce, pero no me preocupo, porque luego resuelvo el tema.
Llego a pediatría, en el tercer piso del hospital. Entro como en mi casa (cancheraso). Pregunto a las enfermeras sobre un paciente de comunidades nativas. De inmediato me dan razón y me hacen pasar. El paciente está en la cama 357. Lo veo acostado, bien envuelto en frazadas, medio incómodo, sollozando y conectado a un distribuidor de medicina líquida. La madre se sorprende porque le saludo en matsigenka y luego me sonríe. Me presento y le doy mi tarjeta. Le digo que trabajo para los misioneros dominicos y que estoy allí para ayudar. Ella me dice que el padre Pedro le dijo que yo le iba a buscar y, mientras me habla, me muestra un papel pequeño en donde estaba escrito mi nombre.
Norma, la madre, es de la comunidad nativa de Tsirerishi (así está escrito en el reverso de su DNI), pero ella me dice que es de Tayakome, que nació en Tayakome, pero que luego se fue a Tsirerishi, más conocida como Maizal, donde le dieron su DNI y conoció a su actual pareja.
El de un año y un mes
La historia de su hijo es la siguiente: nació hace un año. Los primeros ocho meses estuvo bajo los cuidados de su madre, pero luego enfermó de desnutrición (así le dijeron). El personal de salud quiso llevar al niño a Puerto Maldonado (ciudad capital de Madre de Dios), pero ella no quiso, porque muchos niños de Tayakome con el mismo diagnóstico habían muerto allá. Ella no quería el mismo destino para su hijo, así que se negó a ir. Dice que le quería ayudar FENAMAD (la organización indígena de Madre de Dios) y hasta el Ministerio de Cultura, pero ella no quiso. En cambio, envió al niño a Salvación con sus familiares para que lo curaran allá, pero no en la posta médica, sino donde la señora Margoth, una matsigenka curandera que trató al niño con baños sauna de plantas medicinales, una técnica tradicional. Norma dice que no se sanó, al contrario, empeoró. Fue entonces cuando los familiares (al parecer tías maternas del niño) lo llevaron al Centro de Salud de Salvación. Aparte de la anemia y la desnutrición, el niño tenía quemaduras en el cuerpo, posiblemente debido al rigor del sauna matsigenka. A la curandera se le pasó la mano.
Ya en el Centro de Salud, la maquinaria institucional y legal del Estado se puso en funcionamiento. Prácticamente obligan –¿o amenazan?– a la madre a que venga al Cusco. Yusef, la abogada, me dice que la madre será (¿o dijo que ya ha sido?) denunciada por abandono. Y bueno, henos aquí: ella con los pies descalzos, sin medias y con cinco o seis meses de embarazo; el niño, quemado, con la piel despigmentada y todo hueso hueso; y yo, tratando de no juzgar y de sacarle una sonrisa al niño y a su madre (esta sonríe pero aquel sigue llorando).
La «médico» con fibra de Corregidora
Entra a la habitación un personal de salud que empieza a revisar y a escribir en las historias colgadas al pie de las camas. Tan pronto como revisa los papeles del paciente, recrimina a la madre diciéndole que por qué no llevó las defecaciones del niño a las enfermeras. La madre explica que fue a buscarlas pero que no encontró a nadie (en verdad las enfermeras, doctoras, pediatras, personal de limpieza, internas, técnicas y residentas siempre están allí, en los pasillos, en sus oficinas, en sus zonas de descanso –en esos cuartos que dicen «solo personal autorizado»– o están corriendo de un lado a otro, escribiendo velozmente tras el médico, pero cuando pasas por su lado eres un fantasma, no te hacen caso, no te miran, no te dan la cara, así que ¿cómo decirles algo?).
Le pido a la médico (supuse que era la médico) que no recrimine a Norma, que si bien ella entiende el castellano, no seguirá las consignas, y que sería mejor estar tras de ella (¡le estaba pidiendo atención personalizada a una trabajadora de un hospital público! ¡iluso de mí!). La médico replica diciendo que ya se le dijo lo que tiene que hacer la mamá y lo tiene que hacer.
Luego de un rato, la médico, mientras apunta y mira las historias clínicas, me dice que cómo es posible que el niño haya llegado a ese estado, que si nosotros apoyamos aquí, que también apoyemos en sus comunidades para que cambien su forma de ser, que cambien su alimentación, que se haga lo posible para que los niños no lleguen a tal estado de desnutrición. Solo la miro y le digo que yo vine a ayudar aquí, que no tengo nada que ver con las cosas que ellos hacen allá. La técnico insiste: «pero… «. Solo calla cuando entra otra médico. Solo así deja su perorata y empieza a anotar y a sacar la caquita del pañal del niño para ponerla en un recipiente de laboratorio. Mientras hace eso saluda diciendo «buenas tardes doctorita». La médico la mira y asiente con la cabeza sin responder. Eso me extrañó, así que miré bien a la primera médico y resulta que no era tal, sino que era la técnico en enfermería. ¡Solo al entrar la médico empieza a hacer su verdadero trabajo y deja de hablar!
Dulces incentivos
Veo mi reloj y son las 11:40 am. Tengo que ir al Lorena, a ver al RN que llegó de Mashía. Antes, recuerdo haber preguntado a Norma si tenía otros hijos o hijas. Me dice que dejó en su comunidad a su primera hija, de 12 años, que este hijo es el segundo y que ahora espera al tercero o tercera. Le pregunto si la semilla es del mismo padre. Ella dice que sí, que son del mismo.
Salgo del regional y antes tomo nota del pedido de Norma: comida, agua, pañales y papel higiénico.
Dejo al «mago blanco» en el estacionamiento del Regional y al salir obsequio unos pastelitos a la gente que cuida la puerta, por su ardua labor. Ahora sí, el nuevo guachimán ya no olvidará mi cara de bondadoso y para la próxima me dejará entrar sin hacerme tantas preguntas.
La frase que abre las puertas
Tomo un taxi, a seis soles del hospital Regional al Lorena. Aterrizo en la puerta principal. Me espera Vilmanuel, el enfermero matsigenka que se ha convertido en mi mano derecha para estos asuntos. Entramos juntos dando las consabidas explicaciones en la puerta. Por lo general digo: «buenas tardes, tengo una pacientita de comunidades nativas y he venido a apoyarla porque no habla castellano». La frase funciona muy bien, porque la mayoría de los casos me dejan entrar sin mayor inconveniente.
Neonatología, un verdadero búnker
Vilmanuel y yo buscamos en el área de neonatología. La puerta está cerrada (tiene el siguiente anuncio: «prohibo el paso, solo personal autorizado, aléjese, riesgo de contagio, solo vacunados con cinco dosis, use doble barbijo KN95; las madres dejen su leche en la puerta, toquen tres veces (no cuatro ni dos) y aléjense dos metros. El personal técnico y médico está trabajando, no le hable, no se acerque, no interrumpa; cualquier cosa pregunte en la ventanilla de admisión que siempre está cerrada») (perdona, no aguanté el hecho de exagerar el anuncio con algo de ironía). La verdad es que simplemente la puerta está cerrada y el acceso es restringido.
Creaciones Ojeda
Sale la médico pediatra. Le hago mil preguntas y a todas responde con un nivel de abstracción impresionante, por ejemplo:
–¿Cuánto tiempo estará aquí el niño?
–No se sabe, cada uno evoluciona según su cuerpo y defensas, no te puedo decir eso, puede ser que se quede mucho o poco tiempo.
–¿Serán días, semanas, meses? –pregunto medio cachoso.
–Pueden ser días, semanas o meses, no se sabe, hasta pueden ser horas –replica con más cachita todavía.
Ella pone sus manos en la cintura, inclina su cadera hacia la izquierda y golpea el suelo reiteradas veces con su pie derecho. En esa pose me mira fijamente mientras sus labios hacen una mueca hacia un lado. En otras palabras me dice: «oye pelucón, me estás haciendo perder el tiempo, ¿ya te puedes largar?».
Siendo tan claro el mensaje, le dijo:
–¿En qué podemos ayudar?
Sale de su pose retadora, despabila las manos, cambia de cara, sonríe, se entusiasma, da un paso atrás y otro adelante, piensa un poco, mira para adentro y luego vuelve la cara y me dice:
–El niño está en UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), depende de oxígeno y necesita pañales, pañitos húmedos cada 48 horas y un termómetro.
Luego me mira y sin abrir los labios sé que me dice: «guapo, si traes todo eso me harás feliz».
Aprovecho y pregunto:
–¿Cómo hacemos con los familiares?
La médico sale del umbral que la resguarda (me refiero al búnker de neonatología) y me dice:
–Vamos donde la asistenta social.
El gesto me sorprende y le pregunto su apellido una vez más, para saber con quien estoy tratando, y me dice «Ojeda».
–¿Tiene usted algo que ver con la tienda «Creaciones Ojeda» (una clásica tienda de calzados aquí en Cusco)?
–No, no, no –me responde–, nada que ver, ellos son de Arequipa y mi rama es del Cusco.
La asistenta social
Llegamos a la ventanilla de la oficina de Asistencia Social. La asistenta de turno es una señora bien plantada, firme, seria y contundente. Yo le digo «Doña Inés» y ella me corrige «Inés nomás hermano». Ya nos conocemos, porque ya estuve por estos lares en otras ocasiones. En fin, ella se alegra de verme porque sabe que nosotros nos encargaremos de darles alojamiento, alimentación y todo lo que se requiera a los padres del niño. Pero esta vez es diferente. Le digo que no puedo tenerlo muchos días porque en el hospedaje que tenemos a disposición (la Casa del Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado) nos cobra veinte soles por día, así que allí solo los podemos tener de dos a tres días con alimentación incluida (el pago por la alimentación es aparte). Si los tenemos más días, el escaso presupuesto que manejo se acaba.
Ya veo –dice Inés–, entonces yo los acomodaré en una casa de acogida a la que tenemos acceso, aunque está un poco lejos del hospital. Allá le darían hospedaje a la mamá y al papá y su alimentación diaria. También el personal de esa casa puede traer a la mamá temprano al hospital y llevársela por la tarde.
La salida suena bien, porque me evito gastos, aunque no es una salida práctica. La mamá y el papá tendrían que depender de la gente de la casa de acogida para ir y venir al hospital. Pero bueno, por el momento asentimos y decimos «que corra el plan».
Un ashaninka en un car wash
Mientras Ojeda, Inés y yo transamos la ejecución del plan en el área de asistencia social del Lorena, Vilmanuel conversa con Jimmy y Rosita, el padre y la madre del paciente. Su historia es la siguiente: el papá está trabajando en un centro de lavado de autos desde ayer y con ese dinero que le pagan (veinte soles diarios dice él) ha cubierto el costo de su hospedaje y alimentación. Eso me sorprendió de sobremanera, es decir, el hecho que un joven de 22 años, ashaninka de una comunidad nativa alejada, haya buscado trabajo para mantenerse y alimentarse mientras nosotros llegamos en su ayuda. Me sorprendió la habilidad del muchacho para desenvolverse en un entorno que recién conoce y resolver sus necesidades de alimentación y estadía.
Yo estaba medio impactado por el asunto así que le pregunté:
–¿Cómo has conseguido ese trabajo?
Y él me respondió con una frase cortante y contundente:
–Hablando con la gente, así nomás.
Me acordé lo cortantes que pueden ser. Más que cortantes, creo que son prácticos, poco anecdóticos y sin ganas –ni tiempo– de tomar las hazañas como tales. Me sobrepongo rápidamente mientras pienso que así son los ashaninkas, pilas, avispados (despabilados dirían los españoles) y operativos. Le pregunto:
–¿Y qué le decías a la gente?
Me responde:
–les decía «quiero trabajar, dame trabajo, tengo que pagar hospedaje», así nomás decía y me dieron trabajo allá donde se lavan carros, a la vuelta.
En este punto es todo lo que tengo que decir sobre los jóvenes ashaninka.
Mientras almorzamos, lo miro y recuerdo lo independientes que son los niños y niñas indígenas. Toman sus propias decisiones a temprana edad y, cuando llegan a la juventud, ya son hombres completos. Independencia, valentía y adaptación –todo ello conjugado con el manejo del castellano– hace del indígena amazónico una persona de ciudad. Al final, la ciudad acepta a todos y todas.
Un viaje relámpago selva–sierra
Mientras almorzamos sale otra historia, la de su salida repentina de Mashía, un anexo de la comunidad nativa de Tangoshiari (Megantoni, La Convención, Cusco, Perú). Dice él que su esposa dio a luz en su casa, a eso del medio día más o menos, pero la partera vio que algo andaba mal: el niño no tenía ano. El padre buscó prestarse un bote con motor para ir al Centro de Salud de la comunidad de Nuevo Mundo. No pudo salir de Mashía hasta las 3:00 pm. Llegó a Nuevo Mundo en la noche. Lo atendieron a la media noche, y como el caso es grave, al día siguiente lo llevaron a Camisea. Llegó en la mañana, y allí de inmediato a Quillabamba. Surcó el Pongo de Mainique hasta Ivochote, donde recibió control. Ivochote se sacó el problema de encima y lo derivó a Kiteni. Kiteni ve el caso –estaba Maribel, la enfermera matsigenka amiga nuestra– y con el mayor apuro remite el caso al hospital de Quillabamba. Llega a la media noche y los médicos hacen los preparativos y los remiten por ambulancia al Cusco (estuvo cuatro horas en Quillabamba). Llega en cinco horas e internan a su hijo en el área de neonatología del hospital Lorena. Al día siguiente le operan y ahora está en UCI.
Calculando, Jimmy y Rosita salieron de Mashía el 21 de junio, llegan a Camisea el 22 y al Cusco el 23. Al niño lo operan el 24.
El día 25 y 26 Jimmy dice que se la pasó durmiendo en su habitación del hospedaje sin poder hacer nada; estaba aburrido y sin plata. Fue entonces cuando empezó a buscar trabajo.
Vilmanuel trató de ubicar a Jimmy el día 26 sin éxito (le dije que no se acercase a Rosita por ser menor de edad). Recién hoy martes los encontramos y podemos coordinar.
La historia detrás
Mientras almorzamos en un restaurante cercano al hospital, Vilmanuel y yo seguimos indagando las incidencias de la parejita. Él es ashaninka, de la comunidad nativa de Tangoshiari. Ella es kakinte, de la comunidad nativa de Mashía (dice él que ella proviene de Taini. En efecto, ella habla poco. Vilmanuel dice que habla kakinte, ashaninka y matsigenka, pero no habla castellano, aunque lo entiende). Ella se llama Rosita. Jimmy, su pareja, es un joven avispado; habla ashaninka, matsigenka y castellano. Este último idioma con fluidez. Dice Jimmy que en su comunidad está trabajando en el «Proyecto Cacao» (uno de los cientos de proyectos productivos que pone en marcha la municipalidad distrital de Megatoni).
Según la teoría del amor de Vilmanuel, Jimmy, de más joven, se fue de Tangoshiari a Mashía a conocer gente –o a visitar familiares– y encontró a Rosita, una joven kakinte de un rostro bello y agradable. Entonces la cortejó, seguramente haciendo servicio en la casa del suegro, y la tomó como esposa. Tuvieron un hijo pero falleció. El hijo que actualmente está en el Lorena es su segundo intento. De Rosita no sabemos mucho porque, como ya dije, habla poco y solo mueve la cabeza de forma afirmativa cuando le preguntamos algo. Solo Vilmanuel intercambia algunas palabras –muy pocas en realidad– con ella.
Alimentación
Preguntamos a la parejita dónde estuvieron comiendo. En el caso de Rosita, al parecer, la asistencia social arregló para que recibiera alimentación del hospital tres veces al día: desayuno, almuerzo y cena. En efecto, es Jimmy quien va al comedor del hospital y allí le dan un conjunto de tápers de plástico llenos de comida, todo envuelto en una bolsa con la inscripción «Rosita». Esta comida se la da a Rosita y ella se alimenta. Bien.
En el caso de Jimmy, dice él que no desayuna, que solo almuerza en el trabajo. Tampoco cena. Pero cuando visitamos su cuarto en el hospedaje, había botellas de gaseosa y chucherías (mis hijas y yo decimos chucherías a la comida chatarra de las tiendas de abarrotes).
El hospedaje de Braulio Villano, que de villano no tiene nada
Vamos a su hospedaje para saber cómo están allá. Jimmy nos dice que le cobran S/. 20.00 soles por día la habitación. Llamo a la propietaria –es un hospedaje conocido para mí porque aquí se hospedó Yuli y Mauricia de Nueva Luz en plena pandemia 2020– y le digo:
–Hola hermana, ¿me reconoces?
Ella me mira y sin sorprenderse me dice:
–Claro, hermano.
Entonces le pregunto si la parejita está al día con sus pagos y ella me responde que sí. Luego me pregunta:
–¿Ellos van a pagar diario o cómo va a ser?
Le digo que Jimmy le va a pagar la cuenta y que si hay algún atraso o problema que me avise. Ella queda conforme. Aprovecho para decirle si puede preparar desayuno para Jimmy. Ella lo piensa… y luego me pregunta:
–¿Pero comerán cuáquer y esas cosas verdad?
Yo le digo que sí sin preguntar a los implicados (total hambre es hambre ¿verdad?). Entonces quedamos que la dueña del hospedaje, la señora de Villano, preparará el desayuno diario para Jimmy. La cuenta la pago yo.
Bloqueo bancario
Mientras conversamos, Jimmy nos dice que el presidente de su comunidad le depositó S/. 500.00 soles a su cuenta de ahorros del Banco de la Nación, pero que no puede sacar el dinero porque dice que su tarjeta está bloqueada. Le digo a Jimmy que de repente apretó varias veces otro código, pero él me dice que no. Entonces le digo que de repente su tarjeta ha caducado, pero él me dice que la fecha de caducidad es el 2026 y que la sacó recientemente en Atalaya (la única ciudad grande que ha conocido, así que mide al Cusco teniendo como referencia a Atalaya, capital del distrito y provincia del mismo nombre, en el departamento de Ucayali).
Bueno, al parecer Jimmy está familiarizado con estos asuntos bancarios, pero no puede llegar a una agencia u oficina del Banco de la Nación porque no conoce el Cusco. Para él es una ciudad muy grande. En otras palabras, Jimmy tenía plata en el banco pero no podía sacarla, así que se puso a trabajar para solventar el día.
Bien, decidimos armar una expedición a la oficina del Banco de la Nación (BN) que está al frente del Gobierno Regional del Cusco. Fue así que dejamos a Rosita en hospital Lorena, porque tenía que dejar más leche para el bebé, e iniciamos el viaje al BN. Digo viaje o expedición porque en realidad ir a una agencia de un banco público es toda una aventura. Puede que llegues, pero que esté cerrada. Puede que esté abierta, pero que el «sistema» no funcione. Puede que el sistema funcione, pero que el o la funcionaria que atiende no esté. Puede que esté el funcionario, pero este amaneció de mal humor. Puede que esté de buen humor, pero no tiene paciencia para atenderte. Puede que tenga paciencia, pero resulta que no entiende otro idioma que no sea el castellano. Puede que te entienda y medio que adivine lo que quieres, pero resulta que justo ese rato se va el sistema…
Llegamos a la oficina y hay cola. Preguntamos al guachimán (a la persona que hace de seguridad) cómo podemos hacer para desbloquear una tarjeta. Nos dice que regresemos a las 3:00 pm (en media hora), ya que la persona que hace eso no está. Felizmente tenemos un plan B, ir a la UNSAAC (la universidad pública del Cusco) donde hay otra oficina del BN. Fuimos, llegamos y nos dicen que no, que allí no se hace esos trámites, que debemos ir a la agencia del Gobierno Regional. Retornamos y esperamos al susodicho funcionario. Mientras tanto llenamos un formulario. Llega el funcionario, atiende a Jimmy y soluciona el tema sin mayor problema o preguntas (¡algo mágico!). Luego vamos a los agentes que están instalados al interior de la oficina del banco para sacar el dinero. Jimmy presenta su tarjeta y la persona que atiende le dice:
–¿Cuánto vas a sacar?
–Cuatrocientos soles.
–Está bien.
La funcionaria hace el trámite y le da la plata a Jimmy. Este se ve aliviado y contento.
La cajera le pregunta a Jimmy si quiere saber su saldo. Él responde que sí. Entonces la funcionaria empieza con el taca taca taca del pequeño teclado y suena la impresión del papelito. Ella dice:
–Tienes 100 soles de saldo, ¿los quieres sacar?
–No, que estén allí nomás (es su resguardo).
De regreso al trabajo
Salimos del banco y tomamos un taxi de retorno al hospital Lorena. En el camino recomendamos a Jimmy que guarde esa plata, que la necesitará para pagar los pasajes de retorno Cusco–Quillabamba–Ivochote–Nuevo Mundo–Mashía, los que sumarán alrededor de S/. 400.00 soles. Jimmy escucha pero sé que maquina otros planes con esa plata.
Paramos el taxi en el hospedaje y le decimos a Jimmy que guarde su plata, la tarjeta de vacunación y la tarjeta de banco en su habitación, y que luego se vaya al trabajo; le decimos que camine sin dinero o sin mucho dinero en los bolsillos. Vilmanuel le advierte que no confíe en las personas, que hay gente que miente y tima a los paisanos. Vilmanuel se preocupa especialmente por Rosita, que es menor de edad.
Al hospital Regional, de nuevo
Vilmanuel y yo tomamos un taxi hacia el hospital Regional. Tengo que llevar las solicitudes de Norma (el agua, los pañales y lo demás). Ya en los pasillos del hospital (esta vez los guachimanes nos dejaron entrar sin mayor explicación, o sea que «mi cariño» tuvo su efecto) me doy cuenta de que no compré lo que me pidió Norma. Le digo a Vilmanuel que él las compre y que nos vemos en el tercer piso, en pediatría, cama 357.
Llego donde Norma y la veo un poco preocupada. En la mañana estaba más contenta. Ahora tiene en sus manos a su hijo y le da de comer. Es la hora de la cena en el hospital, son las 4:00 pm.
Vilmanuel aparece con las cosas que le encomendé y, mientras yo las acomodo en la mesa de noche del paciente, él explica a Norma la utilidad de cada cosa (no sé por qué noto preocupada a Norma).
Cierre
Estuvimos unos minutos y nos retiramos. Recogemos al «mago blanco» y salimos caminando hacia Magisterio. Paramos en La Bondiet para comer algo y hacer el recuento de los hechos. Luego a mi casa para arreglar las cuentas. Así es el voluntariado.
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