Cusco, miércoles 29 de junio de 2022, día de los Santos Pedro y Pablo
A continuación, el reporte del día sobre el caso del niño de año y medio que está internado en el hospital Regional con el diagnóstico de anemia y desnutrición. Él es de la comunidad de Maizal (Manu) y está acompañado de su mamá, Norma.
Suena el teléfono
Es día feriado a nivel nacional y a la 1:30 pm suena mi celular. Es un número desconocido. Consciente que puede ser del hospital, contesto. Es una voz baja y pausada, casi no se le entiende, solo me dice que llama del hospital y que la persona que está a su lado le ha pedido que me llame. Pregunto si se trata del hospital Lorena o Regional. La persona, que es una mujer, responde que es del Regional. Le pregunto si es la persona que era compañera de cuarto de Norma y me dice que sí. Le doy las gracias y le digo que iré en cuanto pueda, que Norma no se preocupe.
Tengo que explicar esto. Ayer, cuando la fui a visitar, le pregunté a Norma si tenía teléfono celular y ella me dijo que no. Entonces le di mi tarjeta de presentación, donde está mi número telefónico, y le dije que le pida a las enfermeras o a los doctores que me llamen si necesita algo. También hablé con una mamá que comparte la habitación (ella acompaña a su hija que está acostada en la cama de al lado). Le dije que por favor ayude a Norma si requiere hacer una llamada. Ella aceptó, aunque no tan gustosa.
En mi experiencia, es una buena estrategia solicitar la ayuda de las personas que comparten la misma habitación con los pacientes. Ellos o ellas son de mucha ayuda en realidad, porque aparte que te avisan de lo que dijo o no dijo el médico a la hora de la visita médica, a veces regalan artículos de aseo personal, ropa y alimentos a la gente de las comunidades nativas.
Bueno, termino de hablar con ella y cuelgo el teléfono. Luego de almorzar, a eso de las 4:00 pm, salgo para el hospital Regional en la bicicleta «mago blanco».
Deuda de sangre
Paso los controles sin problemas. Felizmente hay gente que me conoce. Cuando estoy por entrar al pasillo de pediatría, una enfermera me cuadra y me dice replicándome:
–¡¿A dónde entra señor?!
–Hermana, vengo a ver a mi pacientita de comunidad nativa.
–A ya (baja el tono), pase nomás señor, pase, está al fondo.
Entro raudo donde Norma. Saludo y agradezco a la persona que me llamó por teléfono. Norma no ha cambiado el rostro, sigue medio molesta, incómoda y triste. Me saluda a penas y le digo qué novedades. Ella me dice que el médico le ha pedido «esa cosa que mide la temperatura» y otras medicinas cuyo nombre no se acuerda. Le pregunto si le dieron una receta y ella me dice que no, que no hay receta, solo le han dicho que compre.
Mientras busco en su mesa de noche tratando de encontrar la receta, veo el anuncio en la pared que dice «debe 01 unidad de sangre…» Al parecer le pusieron sangre al muchacho. Debió ser a penas llegó, en la madrugada de ayer, en el área de emergencia, porque yo no vi nada.
Como fuera, esto de la sangre es un problema. Obviamente, Norma no tiene familiares en Cusco para solicitar que vengan a donar sangre. Tampoco tiene plata para pagar a los supuestos «voluntarios» que donan sangre. La única salida es pedir exoneración al Banco de Sangre, pero bajo la intermediación del director o sub director del hospital. Es un trámite rogativo (hay que rogar) más que burocrático. Pero veremos.
Norma me preocupa
Estamos en el segundo día –es posible que Norma se quede dos o tres semanas en el hospital– y ya Norma me preocupa. Está mal humorada. No es el frío del Cusco, sino la dureza con que le recrimina el personal de salud. Bueno, esa es mi sospecha. Veamos. Ni bien entro, la señora que reparte la comida le «aconseja» –en realidad le riñe– a Norma que dé de comer a su hijo sí o sí, que se interese por su hijo, que le atienda. Norma replica que cuando le da de comer el niño vomita. La repartidora le dice «no importa, que coma nomás, aunque vomite, igual algo asimilará». Norma no da la cara y mira a su hijo fastidiada. Intervengo y le digo a la señora de la comida: hermana, ya se le dijo que tiene que dar de comer y ella lo va a hacer, usted no se preocupe de eso.
Pero no solo son las constantes recriminaciones –supongo que son constantes– o las circunstancias que han agotado a Norma. Hay otras cosas que sospecho.
Zapatero con zapatos nuevos
Salgo al área de enfermería para saber si el médico dejó alguna receta para el paciente. Otra vez soy invisible, nadie me hace caso. Sin embargo, de manera sorprendente, un joven de traje blanco se me acerca y me dice:
–Sí señor, en qué lo puedo ayudar.
–Mire, estoy apoyando al pacientito que ha venido de comunidad nativa y quiero saber si hay alguna receta.
–Ah, ya, sí, no, no hay receta, pero estábamos necesitando los recipientes para sacar las muestras de eses, pero ya hemos solucionado –se me acerca y en voz baja me dice– la enfermera de allá ha conseguido los vasitos.
Lo miro y le dijo:
–Chévere, se los repondré.
El médico (me dijo que era interno y que estará dos semanas en el área) me preguntó si somos de alguna organización. Yo le digo que soy de los misioneros dominicos. Entonces me dice que si puedo comprar termómetro y otras medicinas, que si tengo plata. Yo le digo que sí, pero que las ponga en una receta.
Así lo hace. Se entusiasma al ver que se pueden adquirir esas medicinas fuera del SIS. Veo a un joven entusiasta, animado de su profesión, presto a apoyar a la gente. Corre de aquí a allá, apoyando, conversando, reuniéndose con sus colegas.
Siempre me agradó el entusiasmo de los internos e internas de medicina. Su juventud revitaliza, pero no les dura mucho. No sé, en algún momento se vuelven ariscos, aburridos, pedantes, autosuficientes, torpes, burlescos, displicentes, esquivos e irónicos. Supongo que esto sucede cuando se convierten en residentes o médicos principales.
Pero el entusiasmo del interno tiene límites. Él será médico, pero las técnicas –mucho más las enfermeras– lo ponen a cada rato en su sitio. Él les da una orden y ellas replican friamente: «un momentito, estamos haciendo, será más tarde». El médico calla y solo atina una mueca 😬. La madurez –y petrificación– de las enfermeras más antiguas y nombradas, tal vez sea la muralla más difícil de romper para una cabeza joven y entusiasta como la de nuestro infatigable interno.
Botica Juanita, un éxito
Salgo del hospital con mi receta. Voy de frente a la Botica Juanita (le haré propaganda), que está ubicada en la esquina de la Av. De La Cultura con la Av. Hermanos Ayar. Allí encuentro las recetas más insólitas a buen precio. Un amigo médico, Gari Corrales, me la recomendó y desde entonces soy casero.
El «chiste» (me refiero a la receta) del médico entusiasta (termómetro, vasitos y cremitas) me cuesta sesenta soles.
Suposiciones
Llevo las medicinas al hospital. El médico está en reunión a puerta cerrada. No lo interrumpo y voy donde Norma. La veo dándole de comer a su hijo. Está molesta con él. El niño arroja la comida de la boca y llora. No quiere comer, le duele algo. Norma le dice en matsigenka que coma, pero con la voz alta, medio molesta. Le recrimina.
He visto esto en el alto Camisea. Las madres aleccionan a sus hijos e hijas con una voz sostenida y altisonante. Dicen las palabras rápidamente y cierran la frase en seco. Luego mueven el cuerpo o las manos o golpean suave pero firmemente al niño para afianzar la llamada de atención.
Norma está molesta con el niño. Está cansada, al parecer, de su llanto y de que le digan qué hacer con él o que le repitan todos los días lo que no hizo por él.
Mientras le da de comer, le pregunto si el niño sigue lactando. Me dice que no, que le quitó la teta a los ocho meses. No pregunte por qué, pero eso me sorprendió. Ahora que lo pienso, ese tiempo coincide con el inicio de la enfermedad del niño. O tal vez el hecho tiene que ver con que Norma está embarazada de cinco meses. ¿Habrá dejado de lactar al niño al enterarse de su embarazo? ¿La enfermedad de niño estará asociada a la brujería y por ello la madre desistió de criar al niño? ¿Será que el niño no es aceptado por la familia del padre –me refiero a la suegra– o por la abuela materna? ¿Será que el niño es de otra persona y no de la pareja de Norma y por ello no es aceptado? Solo suposiciones.
Reclamo
Mientras observo a Norma dando de comer a su hijo, le muestro la bolsa de medicamentos que traje y la pongo en el velador. Ella me dice que no traje lo que me pidió, ese remedio líquido como jarabe que le dijo el doctor, el que era para darle al niño en la noche cuando no hay comida. Me lo dice en tono reclamo (¡sepa usted estimado/a lector/a, que sé muy bien el tono de reclamo de las mujeres matsigenka!). La miro y con voz suave le digo –hermana, he comprado lo que el médico me ha dicho, nada más.
Raspando caquita
Salgo de la habitación para bajar los humos. Busco al interno y lo encuentro. Me pregunta si compré todo y cuánto fue el costo. El médico demostró un especial interés por el precio de cada medicina, al punto que tuve que leerle el recibo de la compra.
Entramos juntos a la habitación para ver las medicinas. Encontramos a Norma cambiándole el pañal al niño. Entonces el médico se entusiasma y sale corriendo para llamar a las enfermeras o las técnicas para que recolecten las heces del bebé. Obviamente nadie le hace caso, todas están en sus asuntos y no tienen tiempo para los entusiasmos.
Regresa a la habitación y me pide que yo recolecte las heces. Me dice:
–Agarra el vasito, desenrosca y en la tapa hay una cucharita, con eso raspa toda la caca que puedas, pero no raspes el pañal.
Hago mi chamba –¡en qué parte de mi contrato de voluntario decía que tenía que hacer esto! ¿en las letras pequeñitas?–. Trato de encontrar heces firmes, contundentes, porque la mayoría es líquido entremezclado. Raspo y el médico me mira de lejitos y solo atina a acercar su lapicero para apuntarme dónde raspar (¡no mames pendejo!).
Mientras hace eso, le dice a Norma que por qué no avisó a las enfermeras que el niño había defecado. Norma ni le mira y sigue dando de comer a su hijo. Estoy seguro que ella piensa: «las enfermeras ni a ti te hacen caso, y me van a hacer caso a mí».
Yo sigo con la faena, raspando caquita y poniéndola en el recipiente. No habré juntado ni medio gramo, pero vale para el médico. Me dice que lleve la muestra al cuerpo de enfermeras para que lo lleven a laboratorio: «siquiera que esito sirva como primer análisis» dice el médico entusiasmado.
Obviamente, paseo en el pasillo con la muestra sin que nadie me haga caso. Las enfermeras dicen a la volada: «que lo deje por allí nomás, luego lo vemos».
Me canso del asunto –ya tuve suficiente recolectando la preciada muestra– y dejo el envase en la mesa de noche de Isaí para que algún alma caritativa la recoja y la lleve al análisis.
Nada más qué decir
Bueno, dado el impaciente ambiente hospitalario, el malestar de Norma, el infructuoso entusiasmo del médico y mi labor de recolector de caquita, resuelvo retirarme.
Salgo en el mago blanco a casa.
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